sábado, 26 de enero de 2013

La poeta


Dia 5
Ola a todos vosotros este domingo, sé que es tarde lo sé pero aquí les traigo la historia del día sábado; esta historia fue escrita no solo por mi sino también por una amiga mía, que basándose en quién es y en áreas de su vida nos trajo la siguiente historia.
Sin más que decir, empecemos no sin antes darle un saludo a Selena Kuriious, la inspiración y parte escritora de la siguiente historia.






La poeta

Nunca en mi vida, antes o después, podre olvidar mi primer viaje a Paris, poco antes de que se gritara en las calles “LIBERTAD”. Yo debía ir a  atender unos negocios que tenía pendientes con unos socios alemanes e ingleses y nuestro lugar de encuentro seria en corazón de Francia. Había llegado unos meses antes, para dejar mi residencia en buen estado y estar bien ubicado para cuando llegaran mis socios. Las semanas pasaron a un ritmo agotador pero dejando en si buenos momentos; los parisinos, pese  a ser algo desconfiados los primeros días, pasado el tiempo me hicieron otro parisino mas aunque yo seguía siendo desde mi corazón un toscano más. Tal fue la aceptación recibida que me invitaron a celebrar con ellos una de sus fiestas más importantes, el festival en honor de la virgen madre de Dios.

Yo, emocionado con tal invitación y que pronto llegase esa fecha, soporte impacientemente  el esperado día; la fecha llego y en la mañana me aliste con la mejor ropa que tenía sin excederme en lujos ni en pomposidad. Salí a la calle y me asombre de cuan bella, colorida y alegre que estaba la misma calle que días antes era silenciosa, opaca y gris.

Todo el carnaval era hermoso y unico sin dejar a un lado lo colorido que era, pero había un lugar que estaba opaco y gris aun; era una casa antigua que no se había colocado acorde a las festividades, que estaba con las ventanas y las cortinas cerradas. Yo con una curiosidad infantil, me adentre en la casa. Al entrar allí, la vi mucho más colorida y hermosa que toda la calles en carnaval, con pinturas que adornaban las paredes y los estantes y muebles eran de varios colores y no dejaban ver un rastro de negro, gris o café; todo era muy apreciable y grato a la vista, pese a que había poca luz. Pero lo que más me llamo la atención fue ver la figura de una dama al final de un pasillo. Esta dama, que vestía ropas blancas y de poca frondosidad, estaba escribiendo a la luz de una vela que se encontraba o pocos pasos de allí; ella, al percatarse de mi presencia y sin detener en su empresa me dijo:

-Con que la feria está muy aburrida ¿no?

-Solo un poco, le dije mientras me acercaba, ¿porque lo dices?

-Lo digo por usted, que está aquí adentro; y lo digo por mí, porque fiestas religiosas no son lo mío.

Al decir esto, me dio una muy buena impresión y ansioso de saber su nombre pregunte quien era:

-Solo dime “La poeta”- Me respondió burlándose pero feliz a la vez- la primera de toda Francia.

Desde ese día, y durante los siguientes 2 meses la visitaba y convivía a diario con ella; durante la extraña rutina fui conociendo a esa singular mujer. Era una mujer entregada a su arte y a su vida misma, dejando huellas de lo que es ella y su arte por toda su casa (ahora entenderán porque mencione lo colorido que era). Era, como su nombre lo mencionaba,  una poeta de enorme talento;  muchos de sus poemas, a diferencia  de la gran mayoría, no hablaban de amor sino de la humanidad, la libertad, la locura y de su mayor inspiración, la luna. La poeta era extrovertida, alocada pero de noble y gran corazón, de gran belleza e envidiable actitud y carisma. Tenía un cabello frondoso y estaba corto de manera  particular que no le quitaba elegancia y belleza, el cual adornaba con un pañuelo de lino blanco que me encantaba verle. Poseía muchos amigos, que la amaban entrañablemente hasta el punto de ser sus confidentes y sus “casi amantes”, como ella les decía. Yo, en mis afanes de averiguar si tenía una relación, le pregunte a lo que ella me respondió con un gorro en la mano diciendo: -Mi mano le pertenece a este gorro de arlequín.

Fue una vida feliz al lado de esta poeta, hasta que llegaron mis socios. Ellos me pidieron un extraño favor: semanas antes habían hablado con un tal “Conde Vagabundo”, el cual les había pedido fondos para alistar el armamento para derrotar a los rebeldes que amenazaban con una guerra inminente. Por lo que, como socio, debía dar mi parte e intentar huir de Paris para salvar mi vida. Yo me negué, solo para no abandonar a mi poeta; pero mis fuerzas no pudieron con la de ellos y resignado hui. Dos semanas después de mí partida estallo la revolución.

Transcurrido un año y medio, pasada la crisis de la revolución, volví a parís; al llegar la busque sin tener frutos. La casa de ella, abandonada hace tiempos, no tenía pistas de ella; no sabía dónde estaba y los meses fueron duros para mí; solía verla casi todo el tiempo, con su paño de lino blanco en su cabeza de cabellera frondosa y corta, con sus vestidos blancos, su mirada poética que miraba fijamente a su fuente de inspiración; mientras que en su mano izquierda sostenía a su prometido y con la otra escribía miles de odas a la grande blanca.

Paso otro año, y la casa de ella volvió a tener el mismo brillo que ella tenía el día que entre el día de la feria. Mi situación volvió a ser favorable ya que mis deudas fueron pagadas no me acuerdo si fue por el mismo Conde o por su socio Jean Paul Lebanc; no  obstante la seguía esperando.

Al llegar el día del carnaval, que ahora celebraba la victoria de los rebeldes, me aliste de la misma manera  cuando asistí la primera vez. AL salir, me topé con unos juglares quienes cantaban una canción conocida y que era favorita; al terminar, uno de ellos tomo su guitarra y entre la multitud a mi sorpresa apareció ella. Me alegre.

Ella, de la misma forma que hacia todos los días con la que compartía de su compañía, actuaba de la forma como solia serlo, como si el tiempo no hubiese cambiado nada; al terminar de cantar su poema, me vio; con un golpe en la cabeza y con su actitud dura y fría conmigo me dijo:

-¿Dónde diablos te metiste?

Desde entonces ella volvió a su casa y esa misma casa tuvo un brillo enorme de vida. Había vuelto como “la señora  del gorro de arlequín” y volvimos a vivir nuestra rutina. La visitaba a diario cuidando de la linda y rara pareja, ella todos los días deleitaba el ambiente con una oda que hablaba de un conde que se enamoró de una sirvienta de una hermosa y enigmática sonrisa.

Después de tanto, viví feliz y sé que ella mucho más que yo.

 

 

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