Ola a todos vosotros; en esta noche fria bogotana les traigo una historia hecha por mi, inspirada en una historia que me contó un familiar mio hace tiempo y que después de recordar sirvió de base para esta . Ojala les guste tanto como a mi a la hora de escribirla.
Después de nuestros largos viajes.
En los muchos de los hoteles y
aeropuertos en los que me he detenido veo la variedad de gente que pasa por allí.
Veo en el hotel personas que van para viajes "relajantes", una que
otra parejilla de luna de miel e inclusive excursionistas aventureros como yo
intentando conocer las maravillas que yo ya conocí. El aeropuerto, pese a su
rigidez y frialdad, sobresalen las emociones unas más fuertes que otras. Veo la
madre que llora la partida de su hijo quien decide marcharse por una
oportunidad no ofrecida en su país, miro aquella familia que con pancartas e
himnos de alegría reciben a la hija prodiga que se escapó con un europeo rubio
y alto. Veo a esa pareja que se despide con un largo y apasionado beso, que será
el último por un largo tiempo. Veo a los pasajeros despeinados después de horas
de viaje que incluso con su humor maldicen a los hermanos voladores por
horrible creación, a sabiendas que en pocas horas tendrán que devolverse por el
mismo avión. La vida es curiosa de hecho. No lo sé.
En mis idas y venidas, después de
ser de novato a aprendiz de viajero, soportando mi olor por varios días, conociendo, maquillándome e incluso enamorándome
de mis viajes más y más, no encontré ese
algo que pudiese superar tu recuerdo. Vi mujeres de todas las formas, sabores y
colores pero ninguna pese a sus cualidades como vos. Ni siquiera la holandesa
de ojos azules vibrantes, ni la portuguesa de piel de durazno, ni la japonesa
de piel perfecta y blanca, ni la colombiana bien verraca, ni la americana alta
y rubia, ni la rusa de fuerte voz, ni la mexicana tierna, ninguna como voz. Quise huir de mi vida y
termine cada día recordándola todos los días de mi vida.
La nostalgia nunca me noqueo, ni
por un segundo, mi vida me hizo falta. Ni mi madre, ni mi perro, ni la taza de café
amargo en las madrugadas de colegiatura militar ni siquiera ella me hizo falta.
Aun así, tras haber probado las
maravillas del mundo, pese a la riqueza que gane, la sabiduría que obtuve e
incluso los 10 idiomas que logre aprender tras 10 largos años sabía que mi
camino llego a su fin. Decidí pues regresar.
Tras despedirme del monje silencioso,
con un abrigo y comida para una semana baje la cuesta más alta del Tíbet; corrí
por el camino que había seguido por 10 años solo para volver a mi casa. Pase las frías montañas, los campos verdes,
las praderas llenas de vacas, los desiertos duros y rudos, las hambres más
fuertes y los amigos que con el paso me daban un empujón hacia adelante. El
camino de regreso se me hizo corto, más exactamente 6 meses.
Con una barba de dos meses, una
ducha profunda y, un recorte y acondicionamiento de mi cabello largo y negro
(intentando que regresara a su forma original cuando partí), y en mi maleta los
pocos pesos que tenía lejos del banco donde había ahorrado las pocas ganancias
obtenidas en mis aventuras, tome un vuelo desde España para regresar a mi
ciudad. En el avión, por primera vez sentí
malestar. No ocasionado por la altitud ni el mareo sino por las ansias de
regresar al lugar de mi nacimiento. Llegué al Dorado a las 5 y 15, con una lluvia
y frío arrasador que me obligo a colocarme mi abrigo montañés sonreí y me dije:
En mi hogar por fin.
Tus lágrimas adornaban tus ojos y
deshacían tu maquillaje, y súbitamente nos encontramos. -No
te atrevas a marcharte, porque si lo haces no esperes que regrese- Me dijo la
ahora señora, que con sus besos me dieron la bienvenida.
10 años, supongo que ha sido un
tiempo largo. Un tiempo para dos viajeros, que intentaron recorrer el mundo para
huir el uno del otro se encontraron y por ende jamás se separaron.

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