Dia 5
Ola a todos vosotros este
domingo, sé que es tarde lo sé pero aquí les traigo la historia del día sábado;
esta historia fue escrita no solo por mi sino también por una amiga mía, que basándose
en quién es y en áreas de su vida nos trajo la siguiente historia.
Sin más que decir, empecemos no sin antes darle un saludo a Selena Kuriious, la inspiración y parte escritora de la siguiente historia.
Sin más que decir, empecemos no sin antes darle un saludo a Selena Kuriious, la inspiración y parte escritora de la siguiente historia.
La poeta
Nunca en mi vida, antes o después,
podre olvidar mi primer viaje a Paris, poco antes de que se gritara en las
calles “LIBERTAD”. Yo debía ir a atender
unos negocios que tenía pendientes con unos socios alemanes e ingleses y
nuestro lugar de encuentro seria en corazón de Francia. Había llegado unos
meses antes, para dejar mi residencia en buen estado y estar bien ubicado para
cuando llegaran mis socios. Las semanas pasaron a un ritmo agotador pero
dejando en si buenos momentos; los parisinos, pese a ser algo desconfiados los primeros días,
pasado el tiempo me hicieron otro parisino mas aunque yo seguía siendo desde mi
corazón un toscano más. Tal fue la aceptación recibida que me invitaron a
celebrar con ellos una de sus fiestas más importantes, el festival en honor de
la virgen madre de Dios.
Yo, emocionado con tal invitación
y que pronto llegase esa fecha, soporte impacientemente el esperado
día; la fecha llego y en la mañana me aliste con la mejor ropa que tenía sin
excederme en lujos ni en pomposidad. Salí a la calle y me asombre de cuan
bella, colorida y alegre que estaba la misma calle que días antes era
silenciosa, opaca y gris.
Todo el carnaval era hermoso y
unico sin dejar a un lado lo colorido que era, pero había un lugar que
estaba opaco y gris aun; era una casa antigua que no se había colocado acorde a
las festividades, que estaba con las ventanas y las cortinas cerradas. Yo con una
curiosidad infantil, me adentre en la casa. Al entrar allí, la vi mucho más
colorida y hermosa que toda la calles en carnaval, con pinturas que adornaban
las paredes y los estantes y muebles eran de varios colores y no dejaban ver un
rastro de negro, gris o café; todo era muy apreciable y grato a la vista, pese
a que había poca luz. Pero lo que más me llamo la atención fue ver la figura de
una dama al final de un pasillo. Esta dama, que vestía ropas blancas y de poca frondosidad,
estaba escribiendo a la luz de una vela que se encontraba o pocos pasos de allí;
ella, al percatarse de mi presencia y sin detener en su empresa me dijo:
-Con que la feria está muy
aburrida ¿no?
-Solo un poco, le dije mientras
me acercaba, ¿porque lo dices?
-Lo digo por usted, que está aquí
adentro; y lo digo por mí, porque fiestas religiosas no son lo mío.
Al decir esto, me dio una muy
buena impresión y ansioso de saber su nombre pregunte quien era:
Desde ese día, y durante los
siguientes 2 meses la visitaba y convivía a diario con ella; durante la extraña
rutina fui conociendo a esa singular mujer. Era una mujer entregada a su arte y
a su vida misma, dejando huellas de lo que es ella y su arte por toda su casa
(ahora entenderán porque mencione lo colorido que era). Era, como su nombre lo
mencionaba, una poeta de enorme talento;
muchos de sus poemas, a diferencia de la gran mayoría, no hablaban de amor sino
de la humanidad, la libertad, la locura y de su mayor inspiración, la luna. La poeta
era extrovertida, alocada pero de noble y gran corazón, de gran belleza e
envidiable actitud y carisma. Tenía un cabello frondoso y estaba corto de
manera particular que no le quitaba
elegancia y belleza, el cual adornaba con un pañuelo de lino blanco que me
encantaba verle. Poseía muchos amigos, que la amaban entrañablemente hasta el
punto de ser sus confidentes y sus “casi amantes”, como ella les decía. Yo, en
mis afanes de averiguar si tenía una relación, le pregunte a lo que ella me respondió
con un gorro en la mano diciendo: -Mi mano le pertenece a este gorro de arlequín.
Fue una vida feliz al lado de
esta poeta, hasta que llegaron mis socios. Ellos me pidieron un extraño favor:
semanas antes habían hablado con un tal “Conde Vagabundo”, el cual les había pedido
fondos para alistar el armamento para derrotar a los rebeldes que amenazaban con
una guerra inminente. Por lo que, como socio, debía dar mi parte e intentar
huir de Paris para salvar mi vida. Yo me negué, solo para no abandonar a mi
poeta; pero mis fuerzas no pudieron con la de ellos y resignado hui. Dos semanas
después de mí partida estallo la revolución.
Transcurrido un año y medio,
pasada la crisis de la revolución, volví a parís; al llegar la busque sin tener
frutos. La casa de ella, abandonada hace tiempos, no tenía pistas de ella; no sabía
dónde estaba y los meses fueron duros para mí; solía verla casi todo el tiempo,
con su paño de lino blanco en su cabeza de cabellera frondosa y corta, con sus
vestidos blancos, su mirada poética que miraba fijamente a su fuente de inspiración;
mientras que en su mano izquierda sostenía a su prometido y con la otra escribía
miles de odas a la grande blanca.
Paso otro año, y la casa de ella
volvió a tener el mismo brillo que ella tenía el día que entre el día de la
feria. Mi situación volvió a ser favorable ya que mis deudas fueron pagadas no
me acuerdo si fue por el mismo Conde o por su socio Jean Paul Lebanc; no obstante la seguía esperando.
Al llegar el día del carnaval,
que ahora celebraba la victoria de los rebeldes, me aliste de la misma manera cuando asistí la primera vez. AL salir, me topé
con unos juglares quienes cantaban una canción conocida y que era favorita; al
terminar, uno de ellos tomo su guitarra y entre la multitud a mi sorpresa apareció
ella. Me alegre.
Ella, de la misma forma que hacia
todos los días con la que compartía de su compañía, actuaba de la forma como solia serlo, como si el tiempo no hubiese cambiado nada; al terminar de cantar su
poema, me vio; con un golpe en la cabeza y con su actitud dura y fría conmigo
me dijo:
-¿Dónde diablos te metiste?
Desde entonces ella volvió a su
casa y esa misma casa tuvo un brillo enorme de vida. Había vuelto como “la
señora del gorro de arlequín” y volvimos
a vivir nuestra rutina. La visitaba a diario cuidando de la linda y rara pareja,
ella todos los días deleitaba el ambiente con una oda que hablaba de un conde
que se enamoró de una sirvienta de una hermosa y enigmática sonrisa.
Después de tanto, viví feliz y sé
que ella mucho más que yo.