En mi vida corro siempre. De la casa a la oficina, de la
oficina al restaurante, del restaurante a la oficina y así en un día normal de
mi vida. Pero el día de hoy corro por algo que nunca tome en cuenta el día que
me levante de mi cama: Aniversario.
Pese a que soy una persona excesivamente detallista, ella no
lo es como yo. Ella es más seca en ese sentido. Aun así, me gusta sorprenderla.
Ese día, sin embargo, lo olvide totalmente. De no ser porque el portero del
conjunto residencial me lo hubiera recordado con la frase más indicada en el momento
en que salí: Vecino, que no se le olvide que el día 10 tiene que pagar el
recibo. ¿10? ¿Pero si hoy es 9? Fue una revelación divina.
Al llegar a mi querido cubículo de grises paredes, en un
escritorio magullado junto a la carcacha de computadora que tenía como
herramienta del día a día, me enfrente con una pregunta casi intimidante: ¿Y
ahora qué hago? No podía abandonar la oficina porque el supervisor de lentes
gruesos y mirada intimidante, el señor Amarguñon, nombre dado de cariño, iba a
hacer un examen "sorpresa" para darnos ánimos y recordarnos el porqué
de nuestro mísero salario. Y por ello, no podíamos salir sino hasta la hora del
almuerzo, que era entre las 2 y las 2 y media. Era mortal y menos que mi
rendimiento, concentración y ganas se irían tras ese anhelado obsequio, que
como buen hombre olvide.
El señor Amarguñon nos veía desde el extremo de la oficina,
con esa mirada frívola nos decía con un sarcasmo propio de los burócratas:
Colegas míos, recuerden que la empresa
es una familia, y todos somos hermanos y miembros de esa familia, pero
recuerden que el que no sirve no sirve. Dentro de mí estaba en mandarlo al
carajo, dejarlo a él con su dichosa familia. Pero recordé inmediatamente que el
regalo nunca se compraría solo, mi trabajo me gano por esta vez.
A pesar de que salí corriendo al sonar el timbre del
descanso, el Señor Amarguñon se topó conmigo y con una sonrisa de falsa
modestia me dijo: ¿Un joven como usted porque corre? Estoy seguro que por los
veintiún muchos que tendrá no son la excusa válida para verlo así de agitado.
¿De seguro tendrá un enorme motivo? No sé si fue por la presión de que me
abriera paso o un ataque de sinceridad pero le conteste: ¡Olvide mi aniversario
y ahora no sé qué hacer! Al decirlo, por extraña vez, Amarguñon sonrió: de
haberlo dicho antes, no es el primer ni el último al que le pasa. Más bien
valla, y que sea algo bien bonito
Es la primera vez que le dije unas gracias sin agregarle al
final el adjetivo de imbécil cabezón. Corrí de una manera tal, que ni siquiera
ese jamaicano de apellido Thunder me podría alcanzar. Mientras alcanzaba la
velocidad del sonido, en mi mente se llegaban varias inquietudes: ¿Que le
gustara? El mes pasado, para su cumpleaños, fuimos a cine a ver el estreno de
"Mi villano Favorito 2", de seguro no habrá nada bueno en cartelera. De
no ser así, ¿Le gustaría ir otra vez? Que tal una cena, pero no tengo tiempo
para cocinar y menos sin saber cómo carajos hacerlo. ¿Qué tal la invito a un
restaurante? No lo creo, de seguro llegara cansada y ni siquiera querrá
levantarse de la cama. ¿Qué debo hacer?
Llegue cerca al restaurante de Mama grande, famosa por sus
deliciosos almuerzos de módicos y cómodos precios, y ni siquiera el hambre me
detuvo. ¿Hay a dónde vas? me grito la señora quien me atendía como su hijo. No sé,
le respondí, lo que sé es que debo llevarle algo a ella por su aniversario.
Pase unas cuadras más adelante, y me topé con una pequeña juguetera. Un
peluche, se me vino esa idea, de seguro le encantara. Pero para desgracia mía,
el señor estaba cerrando.
Señor, le grite desde el otro lado de la calle a gran
velocidad, ¡No cierre! El hombre de cierta edad me miro y con una sonrisa
agotada me respondió: Pero hijo, si son más de las 6 ¿cómo quieres que abra de
nuevo?
Tendría que quitar la alarma, levantar la reja, prender la
luz y amigo ¡yo ya no estoy para esos trotes! Las 6, grite con todo mi pulmón,
¡CON UN CARAJO! Ya va a llegar. Le agradecí al señor por tanta molestia, luego
que en mi interior le mandara hasta la abuela, y corrí de nuevo, mal hecho,
cansado y con hambre al apartamento. En el camino me preguntaba: ¿Porque lo
olvide? De seguro fue la discuta que tuvimos con ella y su mama. Es
imperdonable, más cuando hice algo malo. Tal vez no querrá nada, al igual dice
que soy muy meloso y tal vez se aburra de mí. Tal vez sea mejor ser olvidadizo
y poco afectivo. Es un día, tal vez ni lo note. ¿Pero qué tal que si?
Dudas y más dudas me llevaban al mismo
resultado, no había remedio.
Al llegar, como siempre, ella me esperaba con una agua
panela y un mecato y me invito a sentarme a ver la televisión. AL rato, luego
de que dieran comerciales, me fui sin que se diera cuenta al sillón a pensar en
el día tan pésimo que tuve. Ella, con su forma tan singular de preguntar me
miro y al sentarse pregunto: ¿Y ahora qué? No podía negarme, menos con esos
ojos de gato, me confesé: Estuve todo el día corriendo, deje mi cubículo, el
almuerzo e incluso corrí sin saber que hacer porque se me olvido tu regalo de
aniversario. Sin darme cuenta, un puño suave se dirigió a mi cabeza, era de ella y
con su mirada me lo dijo todo. Sin embargo, me abrazo y con su sonrisa me dijo:
Si serás pendejo, pero igual sabes que no es importante. Un día más, un día
menos, con que no la embarres y no me dejes de querer el regalo es añadidura.
Tal vez nunca quiso nada, porque nunca espero nada. Solo sabía
que yo, con mis actos le demostraría lo mucho que me importa y que en este día
compartimos más tiempo juntos. Espero que esta lección, no se me olvide la
próxima vez.